sábado, 8 de junio de 2013

Nicolino Locche: un radar humano Por Ulises Barrera

Aún me parece recordar el texto de una nota que Ray Robinson le dejó a su esposa. En ella trataba de explicar alguna derrota, algún paso en falso dado sobre la lona o recibir castigo que en otros tiempos no lo alcanzaba. Decía él: "No sé si alguna vez observaste a ese vecino que es empleado administrativo que vive en el piso superior al nuestro. La mujer de este hombre le recriminó un día que había regresado más tarde de su trabajo. Al escuchar esto, miré mi reloj, porque conocía las costumbres del vecino y te comenté que había llegado tan sólo un segundo más tarde de lo habitual. Te reíste burlonamente y esto me decidió a dejarte esta nota que habla de la significación y trascendencia de un segundo. Cuando yo era más joven sabía con qué puño me iba a atacar el rival, fuere con el puño derecho o con el izquierdo. Era como una intuición. Con el tiempo mi cerebro daba la orden, pero mis brazos no respondían, o mejor dicho, tardaba un segundo más en armar la defensa dispuesta por el cerebro. ¡Ese segundo puede ser fatal para un boxeador o para cualquier otra persona! ¿Te das cuenta ahora qué es un segundo?".

Ese órgano de la elección siempre está vinculado con la capacidad perceptiva. Nicolino Locche, que ha fallecido, pero no ha muerto porque los campeones no mueren jamás, deja una historia intuitiva que los aficionados, que tanto lo han admirado, quizá no lo vinculasen al famoso juego de los visteadores que durante tantos años era un juego para los hombres de campo. Sacaban una alpargata ambos y trataban de alcanzar al rival pegándole en la cara o en la cabeza. Pues bien, Locche llevó al ring aquella costumbre tan expandida en todas las provincias y particularmente por los pagos de Buenos Aires.

En diferentes oportunidades yo llevé hasta el gimnasio del Luna Park a dos neurólogos y realicé una prueba desconocida para muchos. Puse a un neurólogo al lado mío, mientras su entrenador Bermúdez daba la orden al sparring con firmeza de "tirarle con todos los golpes posibles a este vago". Me puse yo en una esquina del ring y mientras entrenaban le dije a Nicolino: "¿Qué tal campeón, anda bien?". Y él hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Me pidió que yo siguiera hablando. Nadie podía creer lo que estábamos viendo y menos el neurólogo, que con los ojos dilatados me afirmaba: "Este hombre tiene una capacidad de percepción superior a la media común. Es asombroso". Ocho días después invité a un colega del anterior y se repitió la escena. Mientras Locche paraba todos los golpes tenía la cabeza dada vuelta mirándome a mí. De esas diabluras hizo muchísimas.

Tengo presente a Eddy Perkins, quien demostró poseer una capacitación similar a la de Nicolino, sobre la técnica de este oficio tan difícil y a veces tan cruento. Al empezar la pelea, Perkins dio dos pasos atrás y lo miró sonriente, como si le dijera: ¿Ajá, a esto querés jugar?, pues yo también. Este negrito vivaz, con técnica depurada, no se dejó pegar. Igual que Nicolino. Cómo habrá sido aquella noche que el público estaba muy inquieto y lo demostraba. Al bajar del ring, el mendocino pasó al lado mío y con una risa apenas contenida me apuntó: "Esta noche puede decir por el micrófono que peleamos dos ladrones. Cada uno se llevó parte de la torta y listo".

Deseo citar a H. Bergson, quien analizó el tema de la percepción, de una manera profunda y de arista filosófica; él afirmaba que es un modo de conocimiento que, en oposición al pensamiento, capta la realidad verdadera, la interioridad, la duración, la continuidad de lo que se mueve y se hace, mientras el pensamiento lo roza por lo externo, la intuición se dirige al devenir.

Finalmente, Locche llevaba en su mollera un afinado órgano de elección y de decisión; pues como había dicho Ray Robinson, considerado el mejor boxeador del mundo en todas las categorías, también conocía la dimensión del tiempo y le agregó al boxeo, tal como lo hizo Cassius Clay, alegría y le quitó aspereza. Para él, encerrarse en el encordado era como subir a un escenario. Dentro de ese lugar, que más bien se asemeja a una jaula, si el público reía él lo hacía también. Hasta nos hacía guiños a los periodistas como si el contrincante no existiese. En el mejor de los sentidos su estilo era chaplinesco.

Me hubiera gustado, porque lo apreciaba mucho, verlo vivir el tramo final de su existencia con sus pulmones limpios y su andar cuasi el de un deportista en actividad. Con su perfil de captador de cualquiera que se le atreve y luego sonreír. Un verdadero radar humano. 

ROBARON A SABRINA PEREZ EN SU PELEA CON CAROLINA DUER

Las campeonas mundiales argentinas Carolina “La Turca” Duer y Sabrina Pérez, invicta, empataron en la noche del  viernes 24 de mayo  un combate que tuvo lugar en la localidad bonaerense de Punta Indio y la corona gallo OMB quedó vacante.
Si bien la favorita era Duer, resultó determinante el descuento de un punto que sufrió Pérez en el décimo round, por un cabezazo.
Uno de los jueces sumó 95-93 en favor de “La Turca”, otro 96-92 para Pérez y el tercero decretó la igualdad al computar 94-94.
Duer es la reina para el mismo organismo en la categoría supermosca, en tanto que “La Muñequita” Pérez posee el título ecuménico gallo AMB interino.
El choque fue la atracción de la velada que se realizó en el estadio del Instituto San Isidro de Verónica del partido bonaerense de Punta Indio.
“La Turca” (53,400 kilos) tiene 34 años y un palmarés conformado por 14 victorias, cinco de ellas por nocaut, un empate y tres reveses. Es campeona desde 2010 y venía de imponerse nada menos que a Marcela “La Tigresa” Acuña, pionera del boxeo femenino local, aunque en otro fallo cerrado.
Por su parte, la imbatida Pérez (52,900), nacida en Isidro Casanova hace 26 años, totaliza 10 victorias, dos de ellas antes del límite, y una parda.
Se consagró en 2011 y había logrado prevalecer en tres duelos mundialistas, mas la de este viernes fue la mayor prueba de su carrera y aprobó con nota destacada.