Si la cara lo decía todo. Tenía cabeza y cuello de boxeador, Joe Frazier. Impresionaba por la fiereza de su mirada. Como si se tratara de una imagen registrada, su infancia tuvo todos los perfiles del tipo que tendría que abrirse camino en la vida a puñetazos limpios. Séptimo de 13 hermanos de una familia de extrema pobreza, nació en Beaumont el 12 de enero de 1944. Criado en uno de los barrios más pendencieros de la zona, empezó a trabajar con su padre manco en una plantación, a los 6 años. Y así creció. Pasaba 12 horas allí y cuando llegaba a su casa descargaba su furia en una bolsa. A los 16 se fue a Filadelfia a buscar otra suerte. Y fue formando su cuerpo de roble. A los 19 ya era amateur y en la clasificación para Tokio 64 perdió con Buster Mathis. Pero éste se rompió un dedo y él fue el reemplazante. Y ganó la medalla de oro de los pesados. Ahí comenzó la historia.
Era en los tiempos en que reinaba el extraordinario Cassius Clay. Pero no quiso ir a la guerra de Vietnam y le quitaron el título. “Me dedicaré al rock hasta que Clay o Alí vuelva al ring”, decía Frazier. Sin embargo, le ganó a Mathis y se consagró campeón mundial. Hasta que se dio la pelea más esperada. Se encontraron el 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden. La tozuda constancia de Frazier, la habilidad de Alí. Hasta que en el último asalto “funcionó” el tremendo gancho zurdo del campeón y Alí fue por primera vez a la lona. Se levantó. Pero su suerte estaba echada. Perdió en las tarjetas. Los dos fueron hospitalizados. Y él, el ganador, no pudo volver a un ring por diez meses. Se reencontraron en Nueva York en 1974. Frazier había perdido el título con George Foreman. Y Alí le ganó limpiamente por puntos. Uno a uno.
Y se empezó a gestar el combate definitivo. Antes, el legendario Alí había destronado a Foreman en otra pelea épica. Y llegó la tercera, por fin. La “Batalla de Manila”, Fue en Filipinas, el 1° de octubre de 1975. Fue un cruce feroz entre dos mitos. Al terminar el 14° round los dos estaban exhaustos. No saldrían al último. Ninguno de los dos. Pero Angelo Dundee, el técnico de Alí, percibió que su colega Eddie Futch ya tenía la toalla en sus menos y lo hizo parar a su pupilo. Frazier tenía la cara destrozada, pero se enojó con su entrenador que decretó el abandono.
Y así pasó a la historia Joseph Frazier, peleador implacable, por sus tres encuentros inolvidables con Muhammad Alí. Antes, le había ganado dos veces a Oscar Bonavena, quien lo derribó dos veces en la primera pelea. Pero eso quedó como una anécdota lejana. Sus recuerdos, en su retiro de Filadelfia, quedaron colgados de aquella trilogía. Hasta el lunes a la noche cuando un cáncer de hígado le ganó la única pelea que no tiene revancha. Lo lloró el boxeo todo y lo lloró Alí, quien dijo: “Fue un gran campeón. Yo no hubiera sido lo que fui sin él”.
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