Hay historias que por distintos componentes calan hondo en los sentimientos de los individuos. Cuantiosas las incógnitas, los interrogantes, tantos que se yuxtaponen y hasta saturan. ¿Cuan grande habrá sido la tortura durante su fugaz existencia?
(calculo que inmensa, inacabable) ¿Qué clase, género, espécimen de fanático, masoquista y apasionado por demás se atrevería a tanto a cambio de tan poco, de algo tan irrisorio y efímero?
Participó de un cruento e inhumano juego de mesa en el que no tenía ficha. La única que atesoraba la endosó a una quimera. A una utopía que lo sosegó, lo aletargó y lo durmió no precisamente en el ring.
(calculo que inmensa, inacabable) ¿Qué clase, género, espécimen de fanático, masoquista y apasionado por demás se atrevería a tanto a cambio de tan poco, de algo tan irrisorio y efímero?
Participó de un cruento e inhumano juego de mesa en el que no tenía ficha. La única que atesoraba la endosó a una quimera. A una utopía que lo sosegó, lo aletargó y lo durmió no precisamente en el ring.
La negra historia de Mario Ortiz, el cirujano.
"Para triunfar en el boxeo se necesitan tres cosas. Primero hambre, segundo hambre y tercero hambre". Jack Dempsey ( Ex campeón mundial completo)
No se trata de un bisturí, ni de las tijeras curvas o rectas. No, no son las pinzas mosquito, ni siquiera es el clamp bulldog. Sí, te digo, te digo que son dos instrumentos y corresponden a un cirujano, pero no son quirúrgicos. Allá están, si todavía se ven. Son los dos livianos brazos del carismático boxeador mendocino Mario Ortiz. Un noqueador nato, sus golpes cortan. Te corta y date por operado, a la lona.
Si todavía está ahí: en guardia, inmutable y firme, con sus diminutos pies, tamaño escarpin, apoyados sobre el ring y atisbando de reojo sus huesos, cohibiendo y reprimiendo el gimoteo, el llanto, jugando a tener blindaje, a tener un lorigón, una armadura pero a cuerpo pelado. Como no recapitularlo si aún cualquier tragadero se deshidrata con aquel fatídico desenlace.
Todo era ventura en la ajetreada, pero exitosa vida de Ortiz. Que importaba esa pequeña fractura del quinto metacarpiano izquierdo en el quinto round, que iba a importar si hacía minutos se había convertido en el flamante campeón nacional peso liviano. Había intervenido quirúrgicamente a Nicolás Arkuzyn, allá por abril de 1977.
¿ Cómo iba a amainar el carnaval de box por una fractura del radio derecho, por septiembre de 1977, cuando despachó, una noche de luna, no llena, sino de Luna Park, en un festival de raudeza y coraje al uruguayo Gualberto Valdéz con una sola mano desde el primer round?. Tras el combate se enteró del diagnóstico sospechoso. De la lesión reveladora. Sí, reveladora.
Fue titiritero de una marioneta intrincada y colérica: su mismísimo ego y al igual que Pinocho dejó un cuento, pero sin final feliz, un cuento que eriza la piel, un cuento horrendo, un cuento sin una letra, sin un símbolo, signo o grafema de ficción.
A partir de la fractura, con el lechado yeso, una lámina metálica en el brazo incluida y muchísimo dolor, todo cambió en la vida de Ortiz. Logró recuperarse de la lesión, pero en una sesión de footing para recuperar su peso y poder combatir de nuevo sufrió la rotura del tendón de aquiles. Un nuevo calvario, una nueva rehabilitación. No se dio por vencido y el 23 de Junio intervino sin anestesia a Epifanio Pavón en tan sólo seis vueltas.
¿Quien podía pensar que un mes después sería internado de urgencia en el hospital Mitre de Mendoza y se le extraería de la columna vertebral un tumor, un nódulo de tristeza que ya le había paralizado las dos piernas? Todos. Las pistas fueron muchas. Repetido el sistemático ejercicio de las agujas por un par de días, uno de sus tocayos lo vaticinó: Cáncer en los huesos.
Un año después de una de las epopeyas mas recordadas que haya vivido la manzana Corrientes-Lavalle- Bouchard- Madero, más precisamente el 11 de septiembre, murió.
Inflamado de coraje y de corticoide, de ganas y de miedos guardó, archivó en su corazón, blando pero irrompible, antítesis absoluta de sus débiles huesos, las imágenes de sus 30 nocauts, su intocable e inmaculada corona nacional y la proeza ante Valdez.
Siendo esclavo de un inmodificable destino lanzó golpes a la vida, golpes que quedaron sepultados en el aire, golpes que aún se escuchan y escucharán por todos los rincones de cualquier cuadrilátero. Golpes secos y extraviados, golpes muertos y perdidos que por no haber impactado contra algo flotaran en la nada y harán eco de un mundo de sueños desvanecido en menos de 400 días.
Del hospital al ring, del ring al dolor, al sufrimiento, al achaque, al padecimiento, al ring de nuevo, a la barbarie, hasta el horror. Un rojizo par de guantes se disgrega en sangre, en hemorragia, se evapora en cáncer. Epitelioma, carcinoma y cefaloma. Cáncer y fin del cirujano, un cirujano de 24 efímeros eneros, curado de espantos y enfermo de ira, de chao, de adiós.