Pocas veces un ring se ve manchado con tantas bajezas de parte de todos los protagonistas, como lo fue durante la noche del viernes. No se salvó nadie: ni Lazarte, conocido por sus mañas en el cuadrilátero, ni su rival asiático, ni el árbitro, ni el público. Fue tan atroz el espectáculo extra que el triunfo por nocaut técnico del visitante en el décimo asalto, obteniendo el título interino minimosca de la Federación Internacional de Boxeo, pasó casi desapercibido.
Después de un inicio en el que Casimero mostró algo más, el combate se fue ensuciando a pasos agigantados. Lazarte propuso y hasta “patoteó” al réferi, su rival entró en el juego y el juez manchó aún más la lona con sus fallos localistas (al final le había sacado dos puntos al filipino y sólo uno al argentino), sus advertencias blandas y su desconocimiento del reglamento FIB, como cuando en el cierre del noveno capítulo le frenó una cuenta al “Mosquito” porque sonó la campana.
Hasta el desenlace, las postales del pleito habían sido las patadas, los pugilistas por el piso trabando la acción y buscando hacer caer al adversario y las dos mordidas que el marplatense le había propinado a su colega al mejor estilo Mike Tyson. Hasta que en el décimo round llegaron las caídas definitivas, Casimero golpeando contra las cuerdas a Lazarte y el nocaut técnico. Entonces se desencadenó lo que faltaba: la barbarie de los espectadores, tirando sillas al ring y todo lo que tuvieran a mano, subiendo a él y hasta agrediendo al mismo vencedor de la pelea.
Telón rápido para una noche que quedará en el recuerdo, muy lejos del deporte y muy cerca de las contiendas callejeras y de la delincuencia en masa de un puñado de inadaptados.
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