jueves, 25 de julio de 2013

José Saro Giorgetti, “Kid Tutara”

Bonavena, José Saro Giorgetti, “Kid Tutara”
Nacido en Quequén como José Saro Giorgetti, todos lo recordamos como “Kid Tutara”, campeón argentino profesional de los pesos pesados y representante olímpico en los Juegos de Melbourne en 1956.

En sus comienzos en el amateurismo revolucionó el ambiente deportivo local con recordados combates frente a Carlos Gombault, que se trasformarían en verdaderos “clásicos” para los aficionados, siendo mojón una noche de octubre de 1952 cuando 1.500 personas asistieron al Club Defensores de Quequén, donde Tutara hacía de local, para presenciar una sensacional pelea que los jurados definieron en un empate.

Lejos parecen esos años donde el boxeador era ídolo por lo que valía y mostraba dentro del cuadrilátero. Hoy, estamos más acostumbrados al show mediático y la infinidad de cinturones y títulos con dudoso valor.

Tutara supo hacerse un nombre y trascendió las fronteras del distrito a fuerza de triunfos y espectáculos. En 1956 dio el gran salto: en el estadio de la Federación Argentina de Box y luego en el mismísimo Luna Park, ganó el selectivo nacional de la categoría pesado para representar al país en los Juegos Olímpicos de Melbourne.

Su experiencia olímpica, la primera para un deportista de nuestra ciudad, no colmó sus expectativas perdiendo en su primer combate ante el sudafricano Bekker tras un apresurado fallo arbitral que lo dejó afuera por KO técnico en el primer round. Hubo reclamos, pero no fueron oídos.

De todas maneras, esa valiosa experiencia fue otro paso en su destacada carrera, como para otros que estuvieron en esos Juegos. Ocho de los diez púgiles que viajaron alcanzarían el profesionalismo.

En 1958, Tutara debutó en el campo rentado ganándole al veterano Mario Pérez por KO en el primer round en un combate celebrado en la ciudad de Mar del Plata. Luego llegarían victorias ante Juan Carlos Banegas, M. Díaz y S. Asus que le darían la chance de medirse con el campeón Rinaldo Ansaloni. En Mar del Plata, el 23 de enero de 1959, en un combate en el que no estaba en juego el cinturón de Ansaloni, Tutara vence al oriundo de San Pedro de manera categórica por KO técnico en el cuarto asalto dejando un valioso precedente para reclamar una pelea por el título argentino de los pesados.
Después de sumar más triunfos ante Díaz, Omar Kader y Roberto Del Blanco le llega por fin su oportunidad ante Ansaloni, ahora con el cinturón en juego.

El 27 de junio de 1959, en el Lina Park de Buenos Aires, Tutara vuelve a brillar con toda su potencia y se impone por KO en el primer minuto del segundo round para darle un título argentino inédito a Quequén y a toda su gente.

A la hora de las defensas, el 14 de noviembre de 1959 le otorga la revancha a Ansaloni en un Luna Park vestido de gala que vería otra vez una actuación demoledora y un combate que se definió en el primer round.

Tras otro triunfo ante Ricardo González, llegaría el final de una seguidilla impresionante de triunfos con un traspié ante Pablo Miteff.

En 1960 se midió en una recordada pelea con Luis Angel Firpo, pedieron por KO en la segunda vuelta.

El sábado 4 de agosto de 1962, en el estadio Bristol de Mar del Plata, Tutara es desafiado por el título por el azuleño Gregorio “Goyo” Peralta, que lo había vencido en abril en el mismo escenario. Con récord de público y taquilla, el festival culmina con 12 rounds intensos y la victoria para el desafiante sobre Tutara, cambiando de poseedor la corona. El pesado de Quequén había sido campeón durante algo más de tres años.

Luego vinieron algunas victorias más, especialmente la obtenida en el Luna Park frente al peruano Roberto Dávila, en una de sus mejores actuaciones como profesional. También llenan los recuerdos de los amantes del boxeo local aquellos combates con Oscar “Ringo” Bonavena, entre ellas una en el estadio Bristol de Mar del Plata donde el quequenense dejó el ring tras haber acusado un golpe bajo. Fue revisado en los camarines y se constató la infracción. Ganó Giorgetti por descalificación en la octava vuelta.


Tras su retiro, Giorgetti continuó viviendo de manera sencilla y hasta los últimos días trabajó como chofer de taxi en la ciudad en la que siempre vivió, compartiendo su rica historia de vida con amigos u ocasionales pasajeros. Nos dejó un 18 de marzo de 2004

lunes, 22 de julio de 2013

¿Quién fue Justo Suarez?


Justo Suárez fue el primer gran ídolo que dio el deporte argentino. A fuerza de golpes, no sólo en el ring, sino también en la vida, se ganó en poco tiempo la admiración de las masas que se sintieron identificadas con su historia. Desde la miseria más absoluta llegó al estrellato y casi a la misma velocidad que ascendió se hundió en un ocaso muy oscuro. El Torito de Mataderos vivió rápido y murió joven, porque una tuberculosis terminó con su vida cuando sólo tenía 29 años. Allá por la década del 30 Argentina tenía una muy marcada diferencia económica y que alguien de clase baja llegara a codearse con las altas esferas era una utopía. Por eso cuando alguno lo conseguía era idolatrado y esto le sucedió a Suárez. 

Antes, en la prehistoria deportiva, se forjaban así los ídolos: de boca en boca, de emoción a emoción, de verdad a leyenda. Y no había dudas en la memoria popular. No hacía falta la evidencia de la televisión. Alcanzaba con el relato vertical y sincero, con el sentimiento compartido. Claro, se necesitaba pasta para llegar a la cima del reconocimiento, como siempre. O más que ahora, simplemente. Justo Suárez, el Torito de Mataderos, reunía todas las condiciones: infancia pobre, 24 hermanos, lustrador, vendedor de diarios, mucanguero (mucanga era la grasa liviana que bajaba por las canaletas de los mataderos), buena estampa, coraje ilimitado adentro del ring, simpatía afuera (si el afiche de su sonrisa se parecía a la de Gardel), fidelidad a su clase, amigo de los pibes, matrimonio joven con una telefonista, Pilar Bravo, Estados Unidos, ascenso social, voiture amarilla, ropa importada, caída estrepitosa, abandono de su mujer, miseria, tuberculosis y muerte a los 29 años. Por eso, cuando su cuerpo fue traído de Cosquin, y el cortejo fúnebre enfilaba hacia la Chacarita, una marea humana levantó el cajón y lo llevó en vilo hasta el Luna Park para ofrecerle el adiós agradecido en un velotorio de congoja memorable.Justo Suárez pasó como un relámpago por la vida. Llegó como un regalo de Reyes -la noche del 5 de enero de 1909- a una casa modesta, vecina a los corrales de Mataderos, donde sobraban hijos y faltaba el pan. A los 9 años ya trabajaba a los 19 era boxeador profesional, y a los 29 todo había terminado. Le alcanzaron 29 peleas para convertirse en el ídolo de los argentinos, allá en los años 30, cuando golpeaba la crisis de la depresión económica mundial, cuando la figura de Luis Angel Firpo se esfumaba en la memoria, cuando el boxeo -casi una rebelión contra la pobreza- convocaba multitudes en el Parque Romano, en la vieja cancha de River, en el Luna.La comunicación fue inmediata. Su velocidad, la potencia de sus golpes, su generosidad, su valentía, le valieron un campeonato de novicios, dos de veteranos y dos coronas sudamericanas, como aficionado. Tenía un estilo sin estilo, lo definió el recordado Félix Daniel Frascara. Categoría liviano, 48 peleas, todas ganadas, 42 antes del límite. Ya era el Torito y marcó el hito: la irrupción de la orilla en el mundo del boxeo, hasta entonces exclusivo de niños bien. Cada pelea suya era una fiesta. Camiones desbordantes de admiradores llanos, ruidosos y espectaculares, con sus matracas, bocinas y bombas de estruendos lo acopañaban. Lo formó Diego Franco, pero fue Pepe Lectoure (el tío de Tito) quien llevó el timón de su carrera. Pasaron Moya, Bianchi, Mallona, los Marfut, Venturi Fernández, Rayo, y algunos otros, hasta que llegó el momento clave: el choque por el titulo argentino con Julio Mocoroa, otro legendario. Justo era la imagen del barrio, el peleador frontal, el ídolo popular. Mocoroa representaba a la clase media, al estudiante de odontología, al estilista, al campeón. Ganó Suárez por puntos y trepó a la gloria deportiva, al esplendor mundano.Ya había ganado una fortuna cuando viajó por primera vez a Estados Unidos. Y arrasó. Glick, Perlick, Flower, Ray Miller, Kid Kaplan. En el segundo viaje -en busca del titulo mundial- tropezó con Billy Petrole, un temible probador de figuras. Y perdió estrepitosamente en nueve asaltos. Perdió su primera pelea y perdió el amor de Pilar Bravo. El fantasma de la tuberculosis ya lo había atrapado. Y el declive fue cruel y vertiginoso. Victor Peralta le quitó el titulo y se ganó el odio popular. Quiso volver, doblado por su enfermedad y lloró Pathenay, su último vencedor, como lloró el estadio entero, frente a esa caricatura de boxeador que quería seguir peleando contra su propia sombra.Murió tres años después, el 10 de agosto de 1938, en un hospital de Cosquín, con la única compañía de su hermana, en la miseria total y con la sonrisa ojerosa.No importa si se lo vio o no sobre un ring. La memoria popular lo hizo ídolo. El primero del boxeo argentino. Y por eso la proyección no tiene límite en el tiempo.