viernes, 28 de octubre de 2011

A los 89 años Murió Amílcar Brusa

Amílcar Brusa falleció este jueves a las 17.30. El hacedor de campeones de box se encontraba internado hace varios días en el Sanatorio Mayo de la ciudad de Santa Fe, donde ingresó por una afección respiratoria.

Lamentablemente, con el correr de los días su situación empeoró.

El final lo encontró rodeado de sus hijos.

Brusa había cumplido este domingo 23 de octubre 89 años. Fue entrenedaor de 15 campeones mundiales, de los cuales sobresale Carlos Monzón, y era integrante del Salón de la Fama del Boxeo Mundial, en Los Ángeles.

Sus restos serán velados este viernes a partir de las 9 de la mañana en Sentir (Suipacha 2488), hasta las 15.45, horario en que el cortejo fúnebre partirá para pasar por el gimnasio donde funciona la academia de box en la que el Maestro seguía formando púgiles, ubicada en 1º de Mayo entre Suipacha y Junin. Luego pasarán por el Club Atlético Unión, para finalmente dirigirse al Cementerio Municipal.

El ambiente pugilístico, deportivo y los santafesinos todos viven con tristeza la partida del más grande entrenador de boxeadores de la historia de la país.
REPORTAJES A BRUSA
Soy el entrenador que tiene más campeones del mundo. ¿Y sabe cómo aprendí parte de la técnica que le transmito a mis pupilos? En Titanes en el Ring, peleando con Martín Karadagian. Yo era El Enmascarado Rojo…”. Sorprende, claro, Amílcar Brusa. Es su primer golpe de la charla, y no será el último…

Cuando se calzaba los guantes. Don Amílcar nació el 22 de octubre de 1922 en Colonia Silva, un pueblito rural a 140 kilómetros de la ciudad de Santa Fe. Por aquellos tiempos, su geografía se resumía a unos treinta habitantes desparramados en diez casas alrededor de la estación de trenes de estilo inglés, calles de tierra seca y polvorienta, clima de siesta… Un paisaje que pareció contagiar al propio Amílcar. “Un día mi padre, Pedro, me dijo: ‘No te gusta estudiar, no te gusta laburar en el campo… ¿Qué vas a hacer? Si querés boxear, yo te apoyo’”, cuenta Brusa. Y se calzó los guantes, nomás. En apenas cinco peleas, dos años después, obtuvo su primer trofeo: un campeonato santafesino de novicios. Poco después, llegó el primer combate por los porotos de verdad: la final del torneo Guantes de Oro en la categoría Pesado. Perdió con Rafael Iglesias, casi un clásico de la época. “En el segundo round lo dejé arrodillado en la lona. Se levantó y, en el tercero, me pegó un golpe en el mate, cerca de la nuca. No me recuperé más: perdí por knock-out”. No se achicó, y fue por más. Y más fue, precisamente, lo que recibió en su pelea más importante, por las eliminatorias para los Juegos Olímpicos de 1948, que se hicieron en Londres. Enfrente, otra vez Iglesias. “Empatamos, pero se la dieron por puntos. Ese día me replanteé la carrera… Y adiós al boxeador”, recuerda.

–¿Por qué?
–Me dije: “Si no sirvo para representar a mi país, me retiro”. Todos decían que debía entrenar, por los consejos que les daba a los profesionales. Así comenzó mi carrera de entrenador.

–¿Y no se dio otra oportunidad para pelear?
–Sí, pero en la lucha libre. Yo era El Enmascarado Rojo –no confundir con El Caballero Rojo– en los primeros Titanes en el ring, y aprendí a manejar al público, cosa que con el boxeo no podía hacer. Era un showman.

–¿El Enmascarado Rojo era más showman que Karadagian?
–¡No! Martín fue el gran maestro del show. De él aprendí la técnica de trabar, algo que hoy saben todos mis boxeadores. ¿Usted recuerda la pelea entre Holyfield y Tyson? Lo agarraba del brazo, lo pasaba, lo daba vuelta y le pegaba. Tyson lo mordió, porque el otro lo enloqueció… Le manejó toda la pelea. Así traban los míos.

“¿Quién es este negrito?” El gran salto fue como entrenador. Y el responsable, como siempre, tuvo nombre y apellido: Carlos Monzón. El encuentro entre ambos fue antológico. “Mire, Brusa, a mí hace poco me robaron con un porcentaje. Yo sé que usted no roba. Por eso vengo a verlo. ¿Me toma como pupilo?…”. Cuando terminó de hablar, Carlos Monzón todavía tenía puestas unas botas de entrenamiento que había robado del Club Unión de Santa Fe. “Si querés que te entrene, devolvé esas botas que no son tuyas. Hablemos en unos días y vemos qué pasa”, completó don Amílcar su primer diálogo con aquel púgil de apenas siete peleas. El resto se escribió en letras de oro: Monzón devolvió las botas, don Amílcar lo subió al cuadrilátero (tuvo cien peleas amateurs) y rápido descubrió su ADN: púgil veloz, con golpes prácticos, contundentes, “pero con el tanque de nafta en ‘empty’ después de tirar las primeras tres manos seguidas. Juan Pablo Brusa, mi primo, que era bioquímico, le hizo un análisis. Allí descubrió que tenía apenas tres millones de glóbulos rojos. El Negrito era muy vivo, pero había que controlarle la energía para que no se muriera después de pegar dos veces. Le aplicamos un procedimiento ruso, a base de hierro, y lo fuimos llevando”.

–Don Amílcar, ¿alguien apostaba a que Monzón llegaría tan alto?
–Cuando salió campeón, el periodismo porteño no supo verlo. Yo lo digo, pero no les gusta oírlo. De Locche hablaban maravillas, pero de Carlos decían: “El negro es bruto, va a terminar mal”. Nicolino terminó con la cabeza hinchada de golpes, ¡y Monzón sin ninguna marca!

–¿Es cierto que a Monzón le costaba pelear con los petisos?
–(Ríe) Decían que le tenía miedo a Mantequilla Nápoles y yo me mataba de risa… Después de ganarle por abandono en su novena defensa, el entrenador de Mantequilla, Angelo Dundee –el mismo que estuviera en los rincones de Muhammad Ali y Sugar Ray Leonard, nada menos–, me dijo: “Brusita, ¡qué práctico este negrito! Te va destruyendo de a poco. Si no se lo saco, me lo mata”.

–Al ver sus combates, parecía que se sacaba la furia sobre el ring.
–¿Sabe cuál fue el problema de Monzón? Tuvo una infancia de maltrato, sin contención ni educación: apenas terminó tercer grado. Siempre lo provocaron para sacarle plata.

–¿Cómo llegaron a la pelea con Benvenutti?
–De punto total. Italia estaba convulsionada, llena de pasacalles. Hasta la Ferrari del campeón decía “Nino Benvenuti”. Siento que fue la pelea maestra de todos los tiempos. Nadie creía que podía ganar, pero Monzón estaba muy motivado. Lo fue trabajando y le dio un knock-out notable.

–¿Usted fue el único iluminado capaz de ver tamaño crack?
–Carlos fue a pelear con Benvenuti como una palomita. Los periodistas se reían. Tito Lectoure siempre se subía a los rincones de los boxeadores argentinos, pero aquella vez no creyó.

–¿A Monzón, después, lo superó el personaje?
–Cuando Carlitos hizo la película El Macho, las mujeres se volvieron locas, se le tiraban encima. La actriz Ursula Andress se vino desde Los Angeles a buscarlo. Yo le decía: “En el ring te olvidás de las minas, de todo…”. Y él me atendía. Sabía reconocer a los chupamedias.

–¿Le encuentra explicación al final desgraciado de Monzón y de muchos boxeadores?
–Yo no me nutro de boxeadores en colegios de monjas ni en universidades, sino en las villas. Es gente necesitada. ¿Eso responde su pregunta?
La chance final. El último de sus campeones, como si un círculo se cerrara, también es de Santa Fe. “En el 2002, con 30 años, conseguí una pelea preliminar por el título del mundo frente al mexicano Julio Cruz. Me robaron la pelea y no me pagaron los 25 mil dólares de la bolsa. Sin la plata no podía seguir. Tenía que colgar los guantes”, recuerda Carlos Baldomir (35), que finalmente fue campeón Welter del CMB tras vencer en enero a Zab Judah en el Madison Square Garden de Nueva York. Claro que todo ocurrió tras la aparición del incansable Brusa, que le sugirió: “Tenés 30 años, te queda una sola chance. Si querés ser campeón del mundo, veníte a los Estados Unidos. Acá vas a tener sparrings de verdad”. Cinco años después, Carlos Baldomir abandonó su oficio de toda la vida, la venta de plumeros, y se calzó el cinturón de campeón mundial.

–Amílcar, ¿Baldomir se parece en algo a Monzón?
–¡En nada! Son distintos por temperamento, por estilo… Baldomir es fuerte, tiene pegada y sabe regular la pelea. Está lejos de ser exquisito. Antes de pelear con Arturo Gatti en su primera defensa se cansaba mucho entrenando, y yo le gritaba: “Demostrále que el macho sos vos, no él”. Le pusimos sparrings que lo superaban. Y, tiene tantos h… que llegó a pelear en condiciones óptimas.

–¿Cómo lo ve para la segunda defensa frente a Floyd Mayweather, el próximo 4 de noviembre?
–A Mayweather lo enfrenté con Carlos Famoso Hernández, que lo aguantó hasta el duodécimo round. Aquella vez peleó con 130 libras (59 kilos) y ahora viene con 147 (66 kilos). Es muy bueno, pero Baldomir es mejor.

–Tras la defensa de Baldomir, ¿se vuelve a la Argentina?
–Es una decisión que tomé hace un tiempo. Los años no vienen solos: hoy demoro un día para subir y otro para bajar del ring. Ya no puedo sacarle el bucal a mi pupilo, ni ponerle el asiento con velocidad. Soy el último en subir y el primero en bajar.

–¿Y por qué se fue del país?
–Me fui en los 80, después de pelearme con Tito Lectoure. Si uno salía de su circuito, no conseguía boxeadores en el país y no trabajaba. Me peleé por cosas que no puedo contar…

–¿Se retira?
–No, porque sigo teniendo facilidad para enseñar. Lo que yo enseño en una semana, a otros les demora un mes. Hay algo que les repito a mis pupilos: “A vos te pueden traicionar tu mamá, tu papá, tu novia, pero el único que no te traiciona es el gimnasio”.

–¿Se considera una persona a la que le sonrió la vida?
–Yo no puedo cantar: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”, porque hace más de diez años que Blanca, la mujer que me dio dos hijas y un hijo, está inconsciente. En el 96 sufrió un golpe en la nuca: no camina, no habla, no sé si me conoce… Eso me mata.

–Está a punto de cumplir 84 años. ¿Le teme a la muerte?
–No, no le temo. Los años te quitan la vista, el oído y la salud. Creo que le di mucho al boxeo: nadie tiene catorce campeones, como yo. Quiero volver a la Argentina para disfrutar de mi familia y enseñar box en mi gimnasio. Eso lo haré hasta el último día de mi vida.
Un maestro de la vida y del boxeo
Un diálogo a fondo con Amílcar Brusa, un hombre amado en el mundo y no siempre respetado en el país. El hacedor de Carlos Monzón, el más grande de todos. TEXTOS. ENRIQUE CRUZ (h). FOTOS. EL LITORAL.
“Mirá querido, la vida a mí me dio mucho, muchísimo. Pero, ¿sabés una cosa?, así como me dio mucho, también me sacó. Fijate lo de mi mujer. Hace como siete años que ni me conoce. Voy, la veo, me mira, pero estoy seguro de que no me conoce. ¡Ella fue madre, amiga, compañera! Fue todo para mí y para mis hijos, querido. Y ahora la tengo ahí, postrada”.
Allí anda Amílcar Brusa, todavía con fuerzas para recorrer los festivales amateurs que se realizan en la ciudad, buscando alguna figura y sin darse cuenta de que él es la gran atracción cuando llega a esos clubes o gimnasios que, seguramente, le recordarán los tiempos en los que peleaba o empezaba a enseñar boxeo, hace ya más de 50 años.
- ¿Usted es millonario, Amílcar?
- Mirá, te voy a contar la verdad. Yo hice mucha plata en el exterior, cuando me tuve que ir, porque acá no me dejaban trabajar. Cuando volví, decidí comprar casas, propiedades. Pero me dí cuenta de que me estaba fundiendo. Este país te come con los impuestos. Te mata. ¿Sabés qué hice?, empecé a repartir todo. Esto es para vos, esto para vos, esto para vos... No tengo nada. Absolutamente nada.
POLÍTICOS Y DEPORTE
- No le voy a preguntar por los políticos, porque sé lo que me va a decir...
- No me hagás cabrear, te lo pido por favor... Los políticos... Mirá, dirán lo que dirán, pero como Perón no hubo uno igual... Y te lo digo yo, que no soy peronista para nada. Cuando peleaba Monzón, Perón me llamaba para ver cómo andaba... Lanusse también, Levingstone, Cámpora... Los otros no existen querido, nadie le da cinco de pelota al deporte. Fijáte lo que pasa acá en Santa Fe. El intendente Barletta me tuvo que atender porque le mandé a decir por radio y por el diario como ochenta veces que quería hablar con él. Si no, ni bolilla me daba.
- Me contaron que lo han visto entusiasmado en esos festivales barriales. ¿Ha vuelto a sus orígenes, a los tiempos en los que iba a los festivales a ver si encontraba alguien que apuntara alto?
- No, querido... El boxeo en Santa Fe está muerto, pero muerto de verdad... Son todas palomitas, para que vengan los gavilanes y se las coman. Hay alguno, por ahí, con condiciones. Pero te los puedo contar con los dedos de una mano y me sobran.
- Cuénteme algo de sus comienzos, de sus orígenes...
- Mirá querido, yo no nací en Escalada, como todos dicen, nací por ahí cerca, en Colonia Silva o Abipones, a unos 15 kilómetros de Marcelino Escalada. Nací en una estancia y para ir a la escuela, tenía que caminar 12 kilómetros de ida y 12 kilómetros de vuelta. Todos los días. Yo la remé desde muy abajo, querido... Y conocí el mundo, sé que la gente me quiere mucho, entré en el Salón de la Fama de Estados Unidos gracias a mis boxeadores y a Carlos Monzón, el mejor de todos.
- Recién hablaba de los políticos...
- Sí, hablaba de los políticos... Poné bien grande esto que te voy a decir: el único tipo que se dio cuenta de cómo tenía que aprovecharme, fue Alberto Maguid. Ese tipo vale oro. Me montó un gimnasio espectacular en UPCN. La tiene clara. Ese sí que vale la pena, querido.
- ¿Y Lectoure?
- Dejá, ¿qué querés que te diga?, ya está, ya falleció... En la anteúltima defensa de Carlos, le encontré un contrato a Lectoure que lo unía a un tal Sabatini, un promotor europeo. Y ahí caí. ¡Por eso nunca peleábamos en Estados Unidos! Yo decía: ¿cómo puede ser que siempre peleamos en Europa, teniendo un campeón como Carlos?. Y claro, era este tipo, que nos estafaba, también con la plata. La última defensa de Monzón la hicimos sin Lectoure, y cobramos el equivalente a tres peleas juntas. ¿Me explico?
- ¿Le hubiese gustado sacarlo campeón a Carlos María del Valle Herrera?
- Ay querido, querido... Ese zurdo tendría que haber salido campeón. Lo sentó en las cuerdas a Maurice Hope, lo tenía para liquidarlo... ¿Sabés qué hizo?, en lugar de dar el paso adelante para pegarle la última piña y noquearlo, dio el paso atrás. El inglés lo miró y se recuperó... Fue un instante, un instante nada más... ¡Qué cosa!
“EL GIMNASIO NO TRAICIONA”
- Recién dijo que el boxeo está destruido, que los boxeadores de hoy son palomitas, que...
- Mirá querido. Nosotros, en mi caso, hoy en UPCN en Santa Fe, no recibimos gente de los colegios de monjas ni de las universidades. Viene gente de la villa, chicos desnutridos, que no han ido a la escuela, que no tienen enseñanza. Llegan con las zapatillas rotas... Y quieren ser campeones del mundo, trascender, ganar dinero, comprarse un auto...
- ¿Y usted qué les dice?
- Que el único que no los va a traicionar es el gimnasio. Porque el gimnasio les devuelve el esfuerzo. Es lo primero que les digo: el gimnasio no traiciona.
ANÉCDOTA DE CAMPEÓN
- ¿Es verdad que Monzón quiso pelear con Marvin Hagler cuando ya había abandonado el boxeo?
- Mirá, primero te cuento algo: nunca estuve en el rincón de Monzón cuando perdió. Fueron tres veces, y en ninguna de las tres, porque debía atender a otros boxeadores, estuve... Y lo que me preguntás, es cierto. Un día, Carlos me llama y me dice que le ofrecían tres millones de dólares para pelear con Hagler. Habían pasado dos años de su retiro, más o menos. ¿Qué le contesté? Que no lo hiciera, que él estaba acostumbrado a una vida diferente, a una buena cena, a salir a tomar unas copas con una buena compañía y a acostarse con ella a pasar la noche. “Carlos, si vas a hacer el esfuerzo de levantarte para ir a correr luego de haber hecho lo que estás haciendo en tu vida hoy, te sigo. Pero no vas a poder”. A los pocos días, suena el teléfono de mi casa. Era Carlos Monzón. “Amílcar, tiene razón. Fui al gimnasio y me duelen hasta los pelos”, me contestó.
Amílcar Brusa cumplió 86 años. Y bromea con la edad. “Estoy en la fila, pero ya les dije a todos que no me empujen... Que no estoy apurado en irme para allá arriba”, dice jocosamente. El paso de los años resulta incontrastable aún en él, un tipo que siempre derrochó salud, vida y una vitalidad extraordinaria.
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1970. BRUSA EN EL GIMNASIO JUNTO A CARLOS MONZÓN Y HUGO BIYERÁN.
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SABIAS ENSEÑANZAS DE UN GRAN MAESTRO DEL BOXEO: AMILCAR BRUSA.
“El más grande”
- Hábleme de sus campeones, Amílcar...
- Monzón, Monzón y Monzón. El más grande, no hubo otro igual a él ni lo habrá. El mejor de todos... Mirá, ¿te acordás cuando peleamos con Mantequilla Nápoles? Bueno, yo solía llevar a mis otros muchachos, a Danielito González y a Norberto Rufino Cabrera. Mantequilla lo había contratado a Angelo Dundee, un tremendo entrenador. Termina la pelea de Monzón y yo me quedo en el estadio para atender a mis otros dos muchachos. Se van todos al hotel. Cuando regreso, nos encontramos. Y Dundee me encara y me dice: “Hay, Brusita, Brusita... Tu negrito es muy bueno, muy bueno de verdad... Pega cuando va para adelante y pega cuando va para atrás... Si no lo sacaba al mío, me lo mataba, Brusita”.... En ese tiempo no había videos, ni nada. Le pedí a Alain Delon que me consiga una filmación de alguna pelea de Mantequilla, la ví y enseguida entendí cómo venía la pelea. Lo agarré a Monzón y le dije: “Carlos, él es bueno, pero cuando metas la mano así, la de él va a quedar acá. ¿Entendiste?”. Le dije que con el alcance de manos de Carlos, las piñas de Mantequilla se iban a quedar a mitad de camino. Era imposible que lo agarrara.

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